Por Nora de la Cruz
El crítico literario Harold Bloom acertó al decir que la obra de Jane Austen trascendió las épocas y los modos de representación, debido a que técnicamente no requiere mediación alguna: podemos relacionarnos con sus historias e identificarnos con sus personajes sin que sea necesario conocer las coordenadas sociales, históricas o culturales en las que están insertos. Las intrigas amorosas y los dilemas morales planteados son accesibles y atraen a las generaciones actuales a tal grado que muchos de sus relatos han sido adaptados al cine o a la televisión, y gozan de cierta popularidad, e incluso son referentes culturales. Un ejemplo claro es Mr. Darcy, el interés amoroso de Elizabeth Bennet, convertido en ideal romántico con atributos suficientes para constituir un arquetipo en sí mismo, como lo prueba Helen Fielding al aludirlo en su exitosa saga El diario de Bridget Jones. No se puede negar, pues, que Austen –como la mayoría de los clásicos– llega a nosotros de manera directa o indirecta: su imaginario nos pertenece, nos hemos apropiado tanto de él que no es necesario haber leído a la autora para conocerlo.
Sin embargo,
también es cierto que la atención que han recibido sus novelas ha sido
desigual. Mientras la mayoría de los lectores favorecen Orgullo y Prejuicio, Sentido y sensibilidad y,
en menor medida, Emma,
la otra mitad de su producción (compuesta por Persuasión, La abadía de Northanger y Mansfield Park)[1] en
algunos casos, ha sido menospreciada por estar escrita en un tono distinto al
de los primeros relatos. Ése
es precisamente el caso de la novela que nos ocupa, redactada por Austen a los
31 años, y considerada por ello un trabajo de madurez (tomando en cuenta que la
mayor parte de sus novelas fueron realizadas –al menos en sus primeras
versiones– entre los 14 y los 22 años). Mansfield Park, junto con Persuasión,
son percibidas por el público como una disonancia en cierto sentido, pues si
bien prevalece el humor, éste es
menos alegre y mucho más agudo. Los dilemas morales y las adversidades
enfrentadas por la protagonista, Fanny Price, son observadas con menor
ligereza: si bien en diversos momentos los lectores temimos por el destino de
heroínas como Elizabeth Bennet o Marianne Dashwood, el panorama para Fanny es
mucho más desolador y su aflicción, interiorizada e intensa. Si los personajes
de trabajos anteriores emanaban vigor, la postrera heroína se distingue por su
fragilidad. Por ello Mansfield Park es
considerado un relato sombrío y, por momentos, excesivamente moralista.
En cierto sentido esta novela
representa una desviación; si las historias anteriores se concentraban en los
enredos amorosos y las intrigas de la clase media, con las que Austen estaba
familiarizada, en esta nueva obra el ámbito de sus intereses se expande; ya no
se limita a retratar tramas domésticas, sino que amplía sus límites geográficos
y, con ello, temáticos, vinculando la micro y la macrohistoria como no lo había hecho en ninguno
de sus trabajos previos. Por otra parte, el conflicto interior de Fanny Price
es mucho más complejo, y las vicisitudes enfrentadas, menos inocentes. Si en Orgullo y prejuicio y Sentido
y sensibilidad muchos de los incidentes eran producto de confusiones, o bien, de los
equívocos de personajes con debilidades, pero sin malicia,[2] en Mansfield Park la autora elabora esencias virtuosas o viciosas en los personajes, y
los conflictos, en apariencia simples, representan en un sentido último los
embates del mal y sus tentaciones, la vulnerabilidad del bien y también su
fuerza.
Otro rasgo peculiar en esta obra
es su claro vínculo con el género teatral. Jane Austen se inició como escritora
siendo niña, al crear piezas satíricas y farsas representadas por su familia en
ciertas festividades. Mansfield Park muestra, como ninguna
de sus novelas predecesoras, esta relación con lo dramático, pues su estructura
es fundamentalmente dialógica y prácticamente escénica. Publicada originalmente
en tres volúmenes, ofrece un arco perfecto, casi equiparable a la división en
actos; el primero funciona como planteamiento: éste comienza con la adopción de
Fanny Price hasta llegar a los enredos producidos por el montaje de una obra
teatral, la cual no llega a buen puerto porque el patriarca de la familia la
juzga inapropiada. El segundo volumen presenta el desarrollo de las intrigas
amorosas y un cambio en la personalidad de Fanny, quien deja de ser insegura y
se convierte en el centro de atención cuando sus primas abandonan Mansfield
Park; ella es cortejada y, aunque esto parece conveniente para la protagonista,
rechaza a su pretendiente por ser incapaz de corresponderle. En el tercer
volumen las tensiones aumentan, pues Fanny toma una decisión que sorprende a
toda la familia, mientras una de sus primas comete un error que le acarrea el
desprecio de su círculo cercano y de la sociedad en general. En un esquema
similar al que refiere Aristóteles en la Poética, este tercer volumen
lleva todos los conflictos al punto máximo de tensión para luego resolverlos
mediante la anagnórisis o revelación, que
dejará a cada uno en el sitio correspondiente. Es
aventurado aseverar que el vínculo entre Austen y Aristóteles sea directo;
resulta más justo relacionar esta estructura (y varios de los recursos
utilizados por la escritora) con Shakespeare, lo cual resulta evidente con la
inserción de una ficción dentro de otra (la representación de una obra teatral,[3] como ocurre en Hamlet).
Sin embargo, a pesar de las
diferencias con otras de sus novelas, no puede afirmarse que Mansfield Park sea una obra completamente
disímbola. En ella se encuentran, al servicio de una trama más densa, los
recursos característicos de la prosa de Austen: el humor (que pasa de la sátira
a una ironía mucho más refinada y hasta cierto punto oscura), la sorpresa
(alejada de la peripecia simple y más cercana a la prueba heroica) y, por sobre
todas las cosas, la integridad del carácter de la heroína, cuya delicadeza y
aparente debilidad son solamente matices de una virtud tan poderosa que
persiste ante toda adversidad y trasciende con gracia a lo largo del tiempo.
[1] Pride
and Prejudice (1813),
Sense and sensibility (1811),
Mansfield Park (1814), Emma
(1815),
Persuasion (1817) y
Northanger Abbey (1817) constituyen la
bibliografía reconocida de la autora, aunque se han publicado también otros
escritos, como los volúmenes de Juvenilia, que corresponden a su producción inicial, o novelas más breves o
incompletas como Sandition o The Watsons. El orden en el que se dieron a conocer los textos no corresponde
a la cronología de su escritura, pues Austen hizo varias versiones de algunos
de ellos. Harold Bloom ofrece una visión ligera y panorámica de la vida y obra
de esta autora en el apartado que le dedica en Novelas y novelistas. El canon de la novela, publicado en México en
2013 por Páginas de Espuma y Colofón.
[2] Un ejemplo de este “mal
inocente” es la señora Bennet, madre asfixiante pero bien intencionada.
[3] La obra representada es,
además, real: Lover’s Vows, escrita por Elizabeth Inchbald a partir de Das
Kind der Liebe, de Friedrich Ferdinand von Kotzebue
(incluida en Five romantic plays, 1768-1821, Horace Walpole, Paul Baines y Edward Burns, eds., Oxford University Press, 2000). En esta obra
predomina el punto de vista femenino, y se representan las relaciones de
autoridad entre padres e hijos –e hijas–, además de los peligros de la
tentación y la importancia de un matrimonio conveniente. Si bien guarda ciertas
analogías con Mansfield Park, los personajes virtuosos de la novela de Austen se muestran un
tanto escandalizados con la elección de esta obra, mientras que la vana Mary
Crawford la celebra.
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